miércoles, 17 de febrero de 2016

Hitchcock, el arquitecto de la angustia





Algo curioso sobre Alfred Hitchcock es que él estaba consciente de que mucho de su éxito como director de cine dependía de su relación con la prensa, especialmente con los críticos de cine, quienes gozaban de una influencia ascendente en ese entonces, el filtro que hacía que un filme llegara bien colocado ante el público.

Mientras perteneció al “Club del Odio”, un grupo de amigos que se autoproclamó así como si de un grito de guerra se tratase, se dedicó a escuchar más que opinar. La mayoría de los miembros del club no escatimaban en lanzar su frustración al aire y de quejarse de la injusta manera en que la industria cinematográfica hacía a un lado su trabajo. El cuestionamiento general era ¿para qué y para quién hacer películas? Hitchcock guardaba silencio.

Al paso del tiempo, el director, que es considerado uno de los más célebres de la cinematografía mundial, reconocería que la respuesta a esas interrogantes era sin duda el hacer películas “para la prensa”, pero no tanto para que a los críticos les gustase o no, sino para limar asperezas entre el “mal necesario” que se requiere para llegar al infinito mundo del público. Así que se dedicó a ganarse la confianza de los críticos de cine, de invitarlos a cenas, a decirles palabras cordiales como que valoraba su trabajo, en el fondo siempre despreciado por el creador.

Hitchcock fue un director que supo aprovechar todo su potencial, todo su encanto y talento en su beneficio. Exigía lealtad, una que fuera capaz de expresarse por medio de un trabajo que quedaría grabado con el hierro candente del tiempo. Como maestro del suspense, sabía que todo era importante, que n había cabida a detalles que se fugaran o pasaran desapercibidos, por lo que antes que el muy pocos dominaban la técnica de urdir tramas desde los elementos que la cámara captaba.

“Me interesa más la técnica de la narración de historias a través del cine que el contenido de una película”, dijo en una ocasión para la revista Movie, y es la respuesta que todo buen contador de historias sabe de antemano, él quien fue el mejor arquitecto de la angustia en toda la historia del cine, escribió Paul Duncan.

Para el suspense, lo mejor que hay que hacer un excelente dominio de la inteligencia como una habilidad sagrada, que en la cabeza del espectador es similar a la potencia de un explosivo: “Si se hace estallar una bomba, el público se sobresalta en diez segundos. Por el contrario, si se sabe que la bomba está activada, se crea un suspense que lo mantiene a la expectativa durante cinco minutos”.

Acusado de ser sólo un ilusionista, el creador de una teoría psicológica más que un artista, la crítica al fin lo alcanzó. Ningún artista escapa al señalamiento de que cada obra es un pedazo de autobiografía: obra y autor son uno mismo. Sin embargo, D.H Lawrence lo rescata y apunta que “No hay que fiarse nunca del narrador. Hay que fiarse de la narración”.

 Películas como La ventana indiscreta, Atrapa a un ladrón o Con la muerte en los talones Hitchcock tiene una fascinación por las caídas, como los temores emanados del sueño donde el miedo es “real” pero sin posibilidad de daño. Hitchcock perfeccionó con innumerables trucos de cámara el efecto de las caídas, tomadas desde un punto alto, y el detalle, el detalle de los ojos que expresan el temor, las manos aferradas a la vida.

El director, de figura emblemática, serio, de perfil, regordete, perfeccionista, de enorme talento para crear atmósferas opuestas, contrastantes. Obsesionado con la figura de la mujer, la contraposición de la cordura y la locura, personalizadas en maniacos asesinos, como Norman Bates, de Psicosis, tipos como cualquier otro, como el vecino, como el invitado a una fiesta, pues el arquitecto de la angustia sabía cómo hacer terrorífico el lugar más iluminado, al personaje más confiado, a la situación más inesperada: “Creo que el crimen debería cometerse un día de verano, junto al murmullo del arroyo. El tipo más animado de la fiesta podía ser un psicópata asesino”.

Sin duda Hitchcock más que una mente pervertida como en su momento alguien opinó, fue el artista que supo sacar sus propios miedos al exterior, afrontar sus pesadillas desde el set de filmación, atraer al subconsciente sin miedo y dejarlos en esa otra maquinaria de los sueños que es una película.